EL MALOTE Y SU TONTA

Estamos ante un clásico de los modernos tiempos, aunque posiblemente sea un ejemplar que, en una u otra forma, haya existido de siempre. Pero ahora cobra nuevo perfil. Hablo del malote, que brota con renovadas ínfulas como una planta pocha. Por aquí, por acullá, por todas partes, encalomándose con preferencia en los aledaños del gobierno, que es donde está la pasta gansa. Pero el malote necesita advenimiento y socorro, y es aquí donde entra la tonta. 

El malote sin la tonta no sería gran cosa, y viceversa. Se puede ser tonta a secas, sin malote. No pasa nada y que Dios reparta suerte. Pero no se puede ser malote sin la tonta. Ésta, la tonta, es imprescindible para que el malote luzca y figure y la líe en la medida de sus fuerzas, que no son muchas, pero que parecen bastante. El malote tiene tendencia a la poligamia. La tonta, menos: se encariña del malote y hace suyas todas sus proclamas, que se reducen a incidir sobre ella (yo me entiendo) y acompañarla en su momento, con ademán solemne, profundo y protector, a la clínica abortuaria, quedándose él en el bar, ingiriendo un pincho de tortilla. 

La tonta -por eso es tonta- no adivina el juego del malote. Pero un buen día, le descubre en brazos de su mejor amiga. La tonta llora. El malote la convence de que la amiga es sólo un pasatiempo, nada que ver con ella, la tonta genuina, a la que quiere, admira, respeta y todo lo demás, con lo que volvemos a la casilla de salida. El malote concluye en lo de siempre: la coloca en un estanco o, más modernamente, en los vericuetos del poder político, donde la tonta tendrá tardes de gloria, mañanas de lo mismo, sin olvidar las noches. El malote la viene a trastear de vez en cuando.

26/7/2025

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