¡ASÍ VIENE ZUMBANDO! (Bagatela española con zambomba)
En el café de Chinitas
dijo Paquiro a su hermano:
Soy más valiente que tú,
más torero y más gitano.
Federico García Lorca
Cuando Alarico Melamamas, en fecha tan señalada como la del veinticuatro de diciembre, anunció a padres y hermanos su propósito de consagrarse de por vida a la glosa y ejercicio del artículo de la Constitución de su país que proclamaba la libertad de expresión sin cortapisas, el abatimiento hizo rápida presa entre sus deudos. Su madre, después de derramar profusas lágrimas, le expuso lo siguiente:
-¡Hijo! Como sabes, soy mujer sin preparación ni estudios, de lo que me enorgullezco y le ha venido de mimo a la familia, que jamás ha sido sospechosa de inteligencia en ningún campo. Con tal bagaje, y la salvaguarda de tu padre (aunque su protección no vale un pijo, dicho sea de paso), os saqué adelante a ti y a tus hermanos, en número de nueve, si la memoria no me falla, que creo que sí y me importa un bledo. Recordarás las veces que me lié a tortazo limpio en la escalera, defendiendo el honor y la limpieza de los nuestros. Mi facundia, restringida a este ámbito semidoméstico, no le iba a la zaga a la del orador Demóstenes, un espabilado, por lo que comentaban el otro día las vecinas en la tienda… La noble causa que pretendes abrazar es defendible en otros lares, nunca en esta sombría y atrabiliaria piel de toro. Pues de persistir, antes pronto que después te introducirán un palo astillado de fregona por el culo o te socarrarán las partes con un soplete de fontanero. ¡Inspírate de tus hermanos! –le intimó la mujer, cuya grosura trepidaba al compás de su vehemencia–. El mayor sostiene la escupidera de un preboste. Otro se ejercita de felpudo. Y los restantes lustran cada mañana a lametazos el calzado del correspondiente prócer. Ellas, tus hermanas, ascienden como un cohete por el escalafón con el solo mérito del coño. ¿Nos quieres atraer la ruina –inquirió, dolida–, precisamente en unos momentos en que las autoridades están a punto de concedernos el galardón con que se premia a los más trágalas y que consiste en el marbete de una famosa marca de embutidos? ¡No jodas, hijo, que ya hemos sufrido demasiado! –culminó con cariñosa entonación la madre–. Ahora pasará tu padre, que, aunque es un mierda, abundará en mis argumentos.
El cual, tomando el lugar de su costilla, explotó:
-¿Cómo te ha entrado semejante desatino en el caletre? ¿Acaso yo, espejo en que te has debido mirar desde la cuna, te he inficionado sin querer el miasma? A mis jefes, como sabes, y tú debías imitarme, no paro de hacerles cucamonas a la gárgola, lo que aprendí de joven y no es tan oneroso como seguramente piensas: también lo realizan estudiosos, catedráticos, académicos de la que limpia, fija y da esplendor y demás morralla. Si las lágrimas de la que te alumbró no te conmueven, guíate de mi alegato, que aunque mendaz es sentido y nos va en ello la supervivencia. Hazte el soca con ese derecho lamentable, que sólo se ha incluido en nuestra Carta Magna para que no nos imputen del extranjero su carencia, pues el orgullo nacional no soporta tutelajes, a no ser que insistan y entonces, ¡pero por pura educación!, embuchamos lo que sea y todavía rebañamos el plato. Y además –concluyó con el guiño que le era particularmente aplaudido en la tertulia de maricones donde solía ser máxima estrella–, tendrás que pasarte la existencia mirando a tus espaldas. Pues Roma no paga a traidores y el que pueda que lo entienda, que yo sé bien lo que me digo.
Esa noche, en medio de una ventisca tan fuerte como no recordaban los más viejos, salió Alarico de su casa. Le siguieron perros de todos los pelajes.
RECETA PARA ESCRIBIR NOVELA I (A las musas, aunque sean gordas)
Escribir novela, contra lo que algunos piensan y los autores proclamamos, es lo más fácil del mundo.
Imaginemos a uno que se llama Florencio Carrascosa y es apicultor o matarife; también le podemos hacer oficinista. Cansado de las abejas, que le han picado multitud de veces, o hastiado de sacrificar animales para el consumo o desesperado de soportar a su jefe, que está en trance de seducir a la chica nueva que ha entrado en la oficina, Florencio Carrascosa se pone a pasear por la orilla del río. Y quien dice río, dice mar o una arboleda.
Florencio tiene madre, que es una viejuca todo corazón, pero tan inteligente como un adobe, por lo que ignora las cuitas de su hijo, quien, por cierto, se ha llevado una pistola para matarse. ¿El motivo de fondo? Te lo inventas. Y si no queda creíble metes un lirismo, que es en literatura como el condimento para la carne putrefacta.
Las abejas, intuyendo el drama en ciernes con el instinto que tienen los animales, y esto reza igual para las vacas, suponiendo que Carrascosa sea matarife, y para la chica de la oficina, que se encuentra desasosegada sin motivo…, todo este ganado quiere decirse que barrunta que Florencio está a punto de cometer una barbaridad. No así la vieja, que le está dando vueltas a la perola, aguardando el regreso de su hijo para comer, cuando aquí dejamos claro que quizá no vuelva. Hay que acentuar el dramatismo de la escena, con unas nubes barrocas, por ejemplo, que se persiguen como cerdos en el cielo, o un gorrioncillo abatido por un ave de rapiña o lo que sea. ¿Se va cogiendo?
Pasa una cosa: que si se mata Florencio, adiós novela y bienvenido cuento. Pero si te quieres extender, sólo existen dos opciones: que no haya tiro o bien que falle; o que Florencio recapacite y “una mierda me voy a matar yo”, retirándose del estruendoso mar, que dice Homero, o del río o alameda.
Estamos en el trance de sustituir la acción externa por la visión de Carrascosa, que de repente se nos convierte en un lince y comienza a retratar a la sociedad contemporánea, dándonos una radiografía de sus afanes y sus miedos y del callejón sin salida a que estamos abocados. De lo que es cumplida pincelada la persecución del jefe a la chica nueva, la cual, aunque es un poco alegre, y ya me entienden, no quiere relaciones con el superior jerárquico, que está enamoriscada de un aprendiz de droguería que se llama José Carlos y de tres o cuatro más, todos sin obtener el graduado.
Aprovechamos para meter un montón de personajes, siguiéndolos por multitud de escenarios y ambientes, mas no tanto que perdamos el hilo de la narración, que no es otro que Florencio Carrascosa hasta la muerte.
Y cuando parece que nos estamos olvidando de él, lo resucitamos a primera línea de fuego haciendo que unos manguis le den una paliza. No parando en este punto las sorpresas, ya que resulta que Florencio, ni matarife, ni apicultor, ni oficinista, sino ministro del Señor (ya se coló), con lo que te obliga a rehacer el borrador de cabo a rabo y tú eres el primero cabreado.
Aunque le puedes dejar aficionado a las abejas, pero trasladando a él la rabia que te da comenzar todo de nuevo. En consecuencia, le propina una patada a la colmena y los insectos le ponen la cara como un monstruo, e intentas casar los elementos, que no hay forma, y sueñas con el día en que, después de un montón de folios, coloques la palabra FIN.
(Sigue…)
RECETA PARA ESCRIBIR NOVELA Y II (A la segunda y vencida)
(Continuación de lo anterior)… Lo malo es que, cuando ya lo tienes todo apalabrado, de repente no te gusta que el protagonista se llame Florencio Carrascosa. Y tampoco te convence que, habiendo pretendido escribir una novela seria, tu protagonista el bueno de Florencio no deje de perpetrar actos ridículos, con el agravante de su condición sacerdotal, que debiera ponerle al pairo, no ya de pecado, que la carne es frágil, sino de actuaciones indecorosas allí donde las haya.
Pero, como decía el autor de “El ingenioso hidalgo…”, en la naturaleza “cada cosa engendra su semejante”, de lo que resulta que de padres gatos, hijos michinos. O sea, que se llamará quieras que no Florencio Carrascosa, vestirá hábitos, si bien por dentro, que circula de paisano, destacándose además por lo torpón, como demuestra lo de las abejas. Que a quien se le ocurre sino a él patear la colmena, pues luego al dictar misa con la cabeza toda vendada y el doble de tamaño bajó mucho la fe de la parroquia, surgiendo incluso un brote de arrianismo, que se pensaba definitivamente erradicado.
A Florencio Carrascosa le puso el obispo las peras a cuarto, pero como el jefe tenía bastante que ocultar con unas inversiones que había hecho fraudulentas, Florencio Carrascosa se permitió bajo las vendas sonrisa de ironía, que no te queda más remedio, como novelista impar que eres, que describir con pelos y señales, buceando en las entretelas psicológicas del consagrado.
Aquí puedes meter lo que te dé la gana, con preferencia barbaridades sin cuento, resultando que lo que un hombre piensa (no vamos a decir la hembra) es absolutamente impublicable, siendo ésta la función del novelista: sacar a la luz lacras y vicios, no para regodearse en ellos, que allá tú, sino para que no arraiguen demasiado y acabe el mundo animalizado, dicho sea con perdón de los irracionales.
No sé si nos estamos enterando de cómo y para qué se escribe una novela. El que no se entera es Florencio Carrascosa, que ha vuelto a meter la pata, gravando espantosamente los pecados que le vienen a confesar las mujerucas, cuando debiera cuidarlas con delectación y mimo, ya que constituyen el último reducto de su empresa ultraterrena. Y si se te van éstas ¿de qué vas a vivir, Florencio Carrascosa? ¿De los panales?
Como se aprecia, material es lo que sobra en la novela. Y más que poner hay que quitar, encontrándote muchas veces con un dilema cruel. ¿Conservas el fragmento en que el cura se postra de hinojos, paganamente, ante el barrilito de vino moscatel que adquiere de matute con el dinero del cepillo? ¿O te atreves a suprimir (a ver esos cojones) cuando pasea bajo la cellisca, pronunciando mentalmente un monólogo en que se tacha de indigno y de protervo, aparte de capullo, que es lo que pensará el lector maduro y no es que tú lo hayas buscado?
Lo que hay que mirar es el conjunto, y más vale en ocasiones eliminar una sabrosa anécdota que contarla, sabiduría que no pueden compartir los del “resfriado ingenio”, que en cuanto tienen una idea la atesoran, pues hasta el siguiente milenio no les vuelve a visitar el duende.
CRÓNICA ITALIANA O EL CONSEJO (A la beocia)
–Lo que yo te diga, Buonarroti –le amonestaba el amigo–. Por el camino que llevas no sacarás sino la cabeza caliente y los pies fríos. Se te está quedando cara de amargao con tanto picar piedra, que cualquier día te salta una esquirla y adiós ojo. Sin contar que te pagan tarde y mal, y ni los más predispuestos a tu persona aprueban tu misantropía que te está comiendo las entrañas. Consíguete unos gajes, que con tu talento los tendrías sobrados, y entrégate a la molicie como hacemos los que sabemos.
“¡A qué pintar gente en pelotas, que no sé cómo no te metió la clerigalla ipso flauto en la mazmorra, sino porque te tienen lástima de lo pringao que eres! Y la jornada más indispuesta te viene un pintamonas y te cubre las figuras con bragas de reglamento, con lo que no te habría valido de nada tu chabacanería, siendo así que por lo menos habrías debido colocar, principalmente a nuestra doliente madre Eva, ropajes de los pies a la cabeza, sin que se viera ni el tobillo, que a poco que te fijes se te tiene que poner dura como la roca si eres hombre, y del que sea marica ni cuento con el resto de las efigies masculinas.
“Por mi parte te aconsejo te agencies unas putas, que yo te las puedo presentar y te distraerías, pues eso es lo que te falta: diversión. Todo el día pintando y esculpiendo, pintando y esculpiendo, pintando y esculpiendo… y ni desde lo más remoto te lo van a agradecer, pues lo del Arte y la inmortalidad son zarandajas y nadie se explica cómo persistes en semejante actitud tan perjudicial para ti mismo.
“Ayer sin ir más lejos escuché, y no te lo tendría que contar, si estarías mal de la azotea, duda que abrigamos más de uno, menos yo que te conozco y sé que eres puntilloso y obsesivo y has caído en un pozo del que no sabes salir. Pero para algo tienen que servir las amistades, principiando por la mía que coloco a tu servicio, aunque eso sí, tienes que poner algo de tu parte. Como los alcohólicos anónimos, que para curarse se obligan a expresar sobrios el deseo de apartarse del vino y lo que tenga graduación.
“Deja el mármol, Buonarroti, que la piedra la trabajen otros y búscate un empleo digno y más acorde, amanuense por ejemplo, que están buscando uno aquí en la Biblioteca Vaticana y toda la labor consiste en echarse a dormir sobre los pergaminos. Aunque lo de amanuense, tampoco, que te podría entrar manía por lo que ponen los legajos y habríamos salido de la sartén para caer en las brasas, pues también te tira lo negro sobre blanco.
“Lo que te vendría pintiparado sería emplearte en una sauna y ser tú el de las toallas, que aquí sí que hay un porvenir para el que acierte a aprovecharlo, con tanta decadencia que nos invade, que las damas y caballeros de la alta aristocracia y todo el que tiene un duro se lo gasta en vicio. Y además es trabajo limpio y cuando quieres te bañas y te aplicas un ungüento y siempre vas oliendo bien, que no te lo quisimos decir, pero cuando bajaste del andamio de hacer esos pintajos, lo que menos una ducha y lo que más que te fumigaran con sustancia insecticida.
“Te lo pido de rodillas, Buonarroti, y el que te habla es amigo verdadero: abandona la mala vida y hazte toallero, que todavía estás a tiempo y yo le puedo hablar al encargado.
INCERTIDUMBRE EN LA GRANJA (A los animalitos en general)
El gallo se había venido tirando a las gallinas, que tenían fama de casquivanas y era cierto. Luego le intentó un viaje al cerdo, pero éste, revolviéndose, lo envió de un hocicazo al palomar, donde sembró alboroto y confusión entre las torcaces y hubo de expulsarle la granjera con el rastrillo. (En seguida hablamos de la granjera.)
Entre las remilgadas ocas se comentaba que una de ellas, la más docta y ejemplar, se entendía con el de la cresta. Hubo conciliábulo, pero en ese momento cayó un chaparrón y cada quisque optó por donde pudo.
Al asomar de nuevo el sol su mofletuda y sonriente faz entre las algodonosas nubes, rieron los conejos en sus jaulas. La vaca, que cada mañana se dejaba magrear las ubres y a quien le gustaba mucho ver pasar los trenes, les afeó el gesto avisando de la presencia de la camada de gatitos, que daban sus primeros y sorprendidos pasos bajo el porche. Muchas caras se ensombrecieron de censura, destacando la del percherón, que era un meapajas y por esta razón se le tenía una manía espantosa, pues luego los demás se tenían que comer el forraje.
La granjera (aquí la tenemos), dueña de unas fantásticas domingas que comentaban en el bar los exégetas del pueblo, volvió a salir al exterior, y un vientecillo travieso la subió las faldas, circunstancia que fotografió implacable un satélite desde el espacio, y menudo jolgorio tuvieron en la NASA.
La colonia de ratones, comandada por un severo roedor de encanecidos mostachos, se había lanzado en bloque para horadar los sacos de grano y llenarse la panza. Pero el gato, que a pesar de que le habían rebanado la botija se mantenía activo y diligente, hizo una escabechina diezmando a la cuadrilla, quienes luego exigieron responsabilidades políticas al provecto múrido, que echó balones fuera y tuvo el morro de afianzarse más en el cargo.
Las alimañas del bosque hacía tiempo que deseaban invadir la granja, porque no soportaban que la tensión épica con que se ganaban el sustento fuera puesta en solfa por los cautivos. Éstos, al enterarse, se sintieron dominados por el terror, sentimiento que raramente experimentaban, pues solían engañarse sobre el sentido de la vida y pensaban que todo era Jauja.
Cacarearon las gallinas, en esta ocasión no porque las empitonara el compadre, que no dejaba de ser un bravucón y no tenía ni media bofetada. Los gatitos, patitos y corderitos pidieron a sus madres respectivas que los adormecieran con un cuento, el cual fue sin excepción tan malo que no pegaron ojo en varios días.
La granjera (vuelta con ella), que dormía sola, hecho que se juzgaba escandaloso en la comarca, se levantó durante la noche al oír ruidos, quedándose maravillada de la apocalíptica vorágine a que se habían entregado los animales, dándolo ya todo por perdido. Oscuras sombras –éstas son las alimañas– se deslizaron por el vallado hacia el interior de la granja.
Empaquetó la mujer sus pertenencias personales, abandonando el lugar y yéndose a vivir con un robusto leñador que la había solicitado en vano anteriormente. Y es que, pensaba ella, a falta de pan buenas son tortas.
Y de momento no se sabe qué más aconteció.
NOVELERÍAS (A cada gusto)
De terror: “Al entrar en el castillo, no se presentó nadie a recibirlo…”
Del oeste: “Silbaban las balas al rebotar contra la pared de roca donde se parapetaba el fugitivo…”
Negra: “Aquella mañana, me desperté con resaca…”
De caballerías: “Le dixeron al caballero que el dragón se escondía en la floresta…”
De guerra: “El frente se había roto durante la noche en varios puntos…”
De misterio: “El abrecartas no se encontraba en su sitio de costumbre sobre el escritorio…”
De humor: “Deslizándose por el canalón, se rasgó los pantalones. Abajo, fruncido el ceño, le aguardaba el coronel…”
De amor: “Aplastó furiosa la margarita entre sus menudos dedos…”
Social: “El vientre de la tierra vomitó oscuros mineros…”
Épica: “Los cosacos, alegres y cantando, se acercaban hacia el Don…”
De tesis: “La sociedad caminaba inconsciente a su destrucción…”
Lírica: “Brillaba el rocío, como mínima epidermis, sobre la hoja…”
Rusa: “Se había apagado el samovar…”
De ciencia ficción: “Desapareciendo con su máquina del tiempo, se presentó a sí mismo siendo niño…”
Del mar: “Una semana llevaban detenidos por la calma chicha, añorando las peores galernas…”
Mística: “El mundo le tentaba con sus vacíos oropeles…”
Erótica: “Se sentía como en la charcutería donde trabajaba de ocho a cinco…”
Realista: “Las baldosas, pintadas de almagre, presentaban las junturas oscurecidas por el polvo acumulado…”
Interactiva: “El personaje, en lugar de convertirse en virtuoso de la armónica, se decide que emprenda viaje al Himalaya…”
De aventuras: “Perseguidos por los belicosos indígenas, hubieron de internarse en el desierto…”
De capa y espada: “No le quedó más remedio que, abandonando su florete, arrojarse al foso…”
De los polos: “Apresado el navío entre los hielos, se resignaron a pasar el invierno en aquellas soledades…”
Folletinesca: “El medallón, que guardaba uno de sus rizos, reveló la identidad del inclusero…”
De Sherlock Holmes: “La ceniza del cigarro evidenciaba para el detective, sin género de duda, que el fumador era de complexión sanguínea, tenía seis pies y dos pulgadas de estatura, usaba calzoncillos largos algo gastados en la culera, era aficionado a la ópera y a las regatas, tratándose también de una autoridad mundial en numismática…”
De Arsène Lupin: “Avanzando despreocupado por la cornisa, de apenas medio palmo de anchura, a veinte metros sobre el suelo, Lupin jugueteó con el collar de perlas, mientras le dedicaba un tierno pensamiento a la pequeña Cossete…”
De Tarzán: “El hombre mono fijó su mirada melancólica en las cúpulas, doradas por el sol, de la ciudad de Opar…”
CASTING DE ESPAÑA (A la basura)
(Galpón gélido y abigarrado, con muchedumbre como en el Postrero Juicio. Los aspirantes –también ellas– se agitan ansiosos –y ellas–, como si les fuera en ello la vida, y en algunos casos es así. Las ropas de todos están desordenadas, por decirlo de manera fina. El clima espiritual es espantoso. Mucha hipocresía y mirar para otro lado. Tiburones que pescan en este mar revuelto. Un badulaque, subido a una tarima, imparte órdenes a través de su megáfono.)
EL FULANO: (Esquinando los ojos hacia un grupo.) ¡Tú, oíd, para la escena de historia –siglo VIII– en que los de turbante dan por el culo a la nación –mismamente como hasta la fecha en que hablamos y se pretende que sigan–, merced a la felonía del conde don Julián…! Vayan entrando en precalentamiento…
VOZ: (Con aprensión.) Oiga, ¿pero en el cine no son las cosas fingimiento, aparentando verosímiles?
EL F.: (Arqueando, majetón, el brazo libre.) ¿Usted quiere que le llamen retrógrado y fascista, le violen a las hembras de su sangre, en particular la madre sacrosanta, le sean enajenados sus bienes de trabajo y de fortuna, para finalmente perecer desasistido y amargado, eventualmente con bola de penado en el tobillo y hundido en las cenagosas aguas del Pisuerga, que es el río que pasa por Valladolid, aprovechando?
VOZ: No.
EL F.: ¡Pues a precalentarse, coño, que diría el golpista de mostacho, ese soliviantador en cuyas antípodas estamos, si bien ya se sabe hasta qué punto se tocan los extremos! Y hablando de tocarse: ese par de atorrantas en su ser, que diviso desde mi atalaya –qué ricura–, ya podéis entrambas ensayar el morreo y los capítulos subidos, para la serie infantil televisiva, que nos morimos por adoctrinar desde el celuloide a los infantes, mientras meriendan su pan con chocolate…
SEGUNDA VOZ: Es que tenemos poca práctica…
EL F.: ¿Queréis tener ninguna?
SEGUNDA VOZ: Eso, jamás.
EL F.: ¡Pues a ello y con calor, joder, y nunca mejor acompasado el verbo! Que llevamos siglos, en concreto dos milenios, de ratera profundización social en la pantalla, y es que siempre han llevado el timón los mismos. (En otra dirección.) ¡El de alzacuellos, para la película en que vive con su sobrina, a la que mete mano! ¡Ensaye con realismo, para que el público saque sus propias y objetivas conclusiones de repudio a la secular religión de nuestros padres! ¿Acaso deseamos que la chusma siga hundida en la superstición y la ignorancia?
TERCERA VOZ: Yo, por mí…
EL F.: Expulsado, señor mío. Aquí se busca gente concienciada, de ningún modo que piense por su cuenta. ¡Adónde iríamos a parar en ese caso!
TERCERA VOZ: Se les acabará viendo el plumero.
EL F.: ¿Quieres que te meta el megáfono en parte que te quepa? (El otro huye, no sin que matones le apaleen. A todos.) ¡Ya hemos perdido suficiente tiempo! Los elegidos, con preferencia los de pluma y muchas de ellas, pasen por la puerta ancha del fondo llena de mugre. Los contrarios, también puerta, pero estrecha y a la calle. Y ojito con contar lo que habéis visto, que os hemos puesto micrófonos en casa…
POLÍTICO BANANA (Para todo tiempo y lugar)
-España ha tenido que esperar dos mil años a que llegáramos nosotros –manifestó el líder en la plaza abarrotada-. Pero estamos aquí y todas las conjuras de la Historia, los tropiezos, las traiciones, tanto equipaje que hemos debido abandonar en la cuneta, los hombres y mujeres progresistas que fueron negados y perseguidos en su tiempo, han concluido finalmente en que nos hallemos reunidos aquí, feliz y holgadamente, esta tarde soleada. Sabéis, os lo hemos dicho, que los enemigos conspiran sin tregua contra nosotros. Poderes en la sombra critican encarnizadamente las medidas que vamos a tomar y que harán más saludables vuestras vidas y os animan a esperar un futuro esplendoroso para vuestros hijos, algunos de los cuales –sonrió- veo que os acompañan. Observo los curtidos rostros que tengo frente a mí, las arrugas, los cabellos encanecidos en la brega diaria, y me digo a mí mismo que no tengo ningún derecho a hablaros, sino que cualquiera de vosotros tendría que subir a esta tribuna y yo escucharle con el mismo arrobo con que lo hacéis conmigo. No he venido a enseñaros ni a deciros nada; he venido a aprender, a hacerme depositario de vuestras ansias de justicia largamente desoídas. Deseo que vuestro corazón y el mío latan al unísono, que el menor desaire que se os haga llegue inmediatamente a mi conocimiento, y tened la seguridad de que sabré remediarlo. Sé que todas las promesas que os han hecho hasta el presente han sido incumplidas. Es hora de decir ¡basta!; de ponerse en pie y defender esta opción legítima de la que os quieren desviar con roncos cantos de sirena. ¡No les hagáis caso! ¡No escuchéis a los que calumnian y difaman! Recurrid a vuestro innato sentido que yo, como proveniente de vosotros, nacido de vuestro mismo seno, tan bien conozco. Os pido firmeza, os pido cohesión y os pido que sabiamente deis vuestro voto al partido que represento y del que soy su más humilde servidor. También os solicito que os convirtáis en la caja de resonancia de las palabras que se están oyendo ahora. Difundid por calles y plazas el mensaje: os jugáis mucho. Y estad en todo momento bien seguros de que la totalidad de mis esfuerzos se encaminarán a conseguir la prosperidad de los más débiles, de los vapuleados por la Historia, de quienes, generación tras generación, fuisteis pisoteados por la bota de los arrogantes, los mismos que ahora pretenden seduciros con mensajes que ponen mi actuación, en realidad la vuestra, en entredicho…
¡HAY QUE LLEVAR ESA OBRA AL CINE! (Sátira amable con gotas de vitriolo)
A partir de un viejo relato del escritor, alcohólico y ex heroinómano, se puso a trabajar el guionista, que consiguió terminar su labor en el plazo asignado por la productora. Sin embargo, y para empezar, el resultado no satisfizo al escritor, quien no se recató de pregonar a los cuatro vientos que el traslado al lenguaje cinematográfico, además de haber frivolizado su texto, de por sí serio y con aire de tragedia griega –la crítica lo afirmó en su día–, se “enriqueciera” gratuitamente con escenas que no existían en el original; verbigracia, cuando el protagonista, nada más salir del garito donde acababa de recibir una paliza, hace bailar una peonza sobre el asfalto mojado por la lluvia. Esta singularidad –¡y había tantas!– desfiguraba hasta hacerlo irreconocible el mensaje implícito en la narración.
Por otra parte, quien se perfilaba como director del film, responsable hasta el momento de instructivos documentales sobre la vida del tapir, consideró que se podía prescindir de la mitad del guión, logrando con ello enemistarse al guionista, al productor ejecutivo, entusiasta (sin leerla) de la previsible adaptación a la pantalla, y a un par de actores secundarios que estaban negociando bajo cuerda su inclusión en la película y cuyos papeles, si se aceptaba la sugerencia del director, desaparecían de un plumazo.
El protagonista, veterano actor de comedias musicales, insistía por razones desconocidas en aparecer desnudo en algún plano, aunque fuera general, mientras su partenaire se negaba decididamente a exhibir ante la cámara un centímetro de cutis que no perteneciera a su ovalado rostro, retratado hasta la saciedad por los fotógrafos de las revistas ilustradas.
En cuanto al chihuahua que, en determinado lance, debía hacer aguas menores sobre la colcha de la cama de la hermosa mientras en el exterior se incrementaba el tiroteo entre las bandas, nadie había conseguido encontrar un animal de semejantes características, siendo así que un ayudante técnico electricista, cuya opinión, a saber por qué, se tenía mucho en cuenta, encontraba imprescindible que fuera de esta raza.
A todo esto, la estación avanzaba y las condiciones climatológicas necesarias para la ambientación del film –tiempo desapacible, lluvioso– corrían el riesgo de desaparecer ante una anticipada primavera que todos los meteorólogos del país preveían unánimes, aunque luego no acertaran (pero esto no podía saberse). De no empezarse inmediatamente el rodaje, se insistía –el dinero no terminaba de llegar y corrían rumores de insolvencia–, habría que posponerlo hasta el siguiente año, pues era impensable trasladarse al norte, no sólo por los gastos, sino porque existían serios problemas de convivencia entre los integrantes del equipo, como no ignoraba la compañía de seguros, que se había negado a extenderles una póliza individual a todo riesgo.
El autor del relato en que se inspiraba la película consideró oportuno entonces montar guardia armado de un revólver ante el domicilio del guionista, quien no se atrevió a denunciarle a la policía debido a que acumulaba una cantidad increíble de multas de tráfico, además de que pendía sobre él una orden de busca y captura por proxenetismo, cuya verdadera culpabilidad recaía, no en él, que por las fechas del delito se volcaba en su afición a los opiáceos, sino sobre la calva cabeza de un instigador del retorno a la naturaleza, que acabó perdido en una expedición al Amazonas. Amigos del guionista o, por mejor decir, acreedores, interesados como es lógico en su integridad física para que ganara dinero y les pagara, consiguieron ahuyentar al escritor, proponiéndole la venta a plazos de una enciclopedia literaria en la que no figuraba su nombre.
La mujer de la limpieza que, se rodara o no, fregaba los estudios cada noche se alzó acto seguido con su primera reivindicación de mejoras laborales, que consistían sustancialmente en que el grueso de su tarea lo desempeñara un chico que, de forma reiterada y sin que nadie pudiera impedirlo, se colaba en el plató. El comité negociador que se nombró, integrado, entre otros, por un montón de extras a quien alguien, imprudentemente, había firmado un contrato vitalicio y que por esta razón se les ocupaba en lo que fuera, desestimó las exigencias de la mujer de la limpieza, obligándola a prohijar al muchacho, lo que indujo a éste, al enterarse, a efectuar cabriolas de alegría, con el triste resultado de que se golpeara la cabeza contra un mascarón de proa perteneciente al atrezzo del estudio, teniéndose que pasar hospitalizado varias semanas a cuenta del ya exiguo salario de la reclamante.
Para terminar de rematar las cosas, se supo que, en la sala de reuniones del estudio (que servía de trastero, pues allí no se reunía nadie), persona o personas deconocidas se intercambiaban estampitas de la Virgen. Al extenderse la especie con el correspondiente escándalo, la policía acordonó la zona, dejando desasistidas otras zonas de la ciudad, en las que se incrementó el delito, invirtiendo las estadísticas existentes hasta la fecha y destrozando en consecuencia la carrera política de un senador, que terminó dedicándose a la pesca, que era lo que en el fondo deseaba.
El nerviosismo que la suma de contrariedades iba acumulando en los atribulados ánimos del equipo de filmación indujo a celebrar en las cocheras una fiesta de disfraces, que terminó con la mayoría de los asistentes llorando a lágrima viva por su existencia desperdiciada y sin objeto, conclusión a la que se llegó tras el alegato de uno trajeado de predicador anabaptista y que se imbuyó de su caracterización más de la cuenta.
Para colmo, una inundación seguida de un incendio (lo contrario habría sido más oportuno) dejó que daba pena el edificio de la productora, los estudios y la herboristería de la esquina, que principiaba a rendir en términos económicos. Se llamaron unos a otros maricas y pajeros, lo que creó muy mal ambiente, acabándose de hundir el proyecto.
El escritor y el guionista se pegaron un tiro con escasas horas de intervalo, el aspirante a director decidió seguir rodando sus documentales y los demás, actores, equipo técnico, productores, etcétera, sacaron pasaje, cada cual por su lado, a distintos países intertropicales donde se las arreglaron para vivir sin hacer nada.
Durante mucho tiempo se habló en el mundillo cinematográfico del abortado rodaje.
VERÍDICA ESTAMPA RESCATADA DE LA HISTORIA (El Quijote académicos y críticos)
El hombre de negro levantó la vista y se ajustó los anteojos. Su joroba se movió como un barril que flota sobre el agua. Le dijo al que aguardaba ante su mesa, donde descansaba el voluminoso manuscrito:
–He leído sus pliegos, que hacen referencia a su héroe Quijano, Quesada o como tenga vuesa merced a bien llamarle… Reconozco que en ocasiones solté la risa floja… No sabía si se trataba de una broma… Me convencí de que no tras la lectura, que se pretende edificante y seria… –hincó una uña sucia y deformada en el cartapacio–. ¿Qué tenemos…? Utilizaré las propias palabras de vuesa merced en el prólogo… “La historia de un hijo seco, avellanado, antojadizo y lleno de pensamientos varios y nunca imaginados de otro alguno, bien como quien se engendró en una cárcel…” ¿Le parece a vuesa merced necesario que sigamos…? –guardó silencio el otro–. Se lo habrá pasado teta componiendo la novela, evadido del lugar donde le vino la ocurrencia, pero ello no obsta para que le haya salido desmañada, tosca, con interés ninguno para personas de rango… Déjeme seguir… –su interlocutor no había hecho ademán de interrumpirle–. El hidalgo caballero enloquece tras nutrida copia de lecturas… ¿Cómo cabe interpretar el hecho…? ¿Como condena y negación de las patrañas que circulan impresas por plazas y mercados, sin descuidar los anaqueles de personas instruidas…? Si así fuera estaríamos de acuerdo… Pero la narración no va por esta línea, embarcándose el triste hidalgo en la descabellada imitación de sus modelos… Es aquí donde naufraga todo el libro… El ingenio de vuesa merced, que me consta, se dilapida sin remedio en cadena inacabable de mentecateces, a cual más absurda y peregrina… Verbigracia, los molinos… Su trastornado Quijote ¿pudo con verosimilitud confundirlos con gigantes…? Además de orate y majadero, ¿es también ciego…? ¿Y pretender que pase por princesa una rústica del campo…? ¡Es demasiado…! Ni el lector más ignaro habría de perdonárselo…
No hablemos ya del personaje Panza y de la subversión de jerarquías que pretende con su charla, salpicada de necedades pueblerinas… Una de las creaciones más fútiles del libro… Hasta el falso caballero lo percibe e intenta acotar su torpeza… –el de negro rebulló, despidiendo hedor de sepultura–. ¿Quiere más…? Esa cautela de apócrifos autores de los que mana la historia a trompicones, ¿qué es sino el reconocimiento de que vuesa merced se avergüenza en el fondo de su libro…? En cuanto al estilo, sobre que es humilde y como quien habla a la criada, se agrava en muchos pasajes con esa manera de decir una cosa, pareciendo que afirma la contraria… Pase como plática entre amigos, donde el sentido diverso aún se agradece… Pero huelga rotundamente en letra impresa… Colóquenos sermones, mas no tan gratuitos y pesados como los que endilga su Quijada… Y adscríbalos a mejor autoridad que la de un necio… En cuanto a la muerte de su protagonista recobrando el seso, para ese viaje no necesitábamos alforjas: haber empezado por ahí, ahorrándonos la bufonada entre la salida prístina y el óbito… En suma, que su novela está falta de forma y de linaje, como esas mozas descangalladas del partido, cuya fealdad horripila y que sólo valen para servirse a oscuras… Modifíquela de cabo a rabo, arroje al fuego sin miramientos lo que sobra… Cuando lo tenga resuelto, si es capaz y no se empecina en el error, vuelva y acaso le podamos dar el imprimátur…
NOTA – No se ignora, y además se sabe, que sendas globales partes de la novela que se evoca no se publicaron al unísono, sino mediando lapso de dos lustros, con robo de autoría y otras curiosas cuestiones de por medio. Y más en general, se apunta que la delicada evocación de este cuentito quiere mostrar y señalar el gozoso espíritu presente en lo que algunos han dado en llamar Literatura y el juicio correspondiente de los doctos. Lo que se deja registrado para edificación y brillo de menesterosos, maleantes, vividores y demás añeja y entretenida compañía.
NOVELA POLICIAL (A los microbios de que están llenos los billetes)
Capítulo primero: El sobre
El sargento avanzó sobre la acera, húmeda y resbalinosa por la niebla que venía en oleadas desde el Hudson. Al final de la calle, unas letras de neón de color rosa señalaban la bolera regentada por Sparky. Éste emergió solapadamente del local, coincidiendo con el uniformado delante del negocio.
–No le esperaba una noche tan desapacible –murmuró con nerviosismo.
–Tenía ganas de estirar las piernas –repuso displicente el policía, inmovilizándose sobre las mismas.
Sparky sudaba copiosamente a pesar del frío. Lanzando un par de rápidos vistazos a ambos extremos de la calle, sacó de debajo de su sucia camiseta, que encubría acaracolados rizos, un sobre grasiento de papel manila que fue a enterrarse en algún lugar de la guerrera del sargento, empapada y brillante por las gotas microscópicas que danzaban en el aire con suavidad de bailarinas antes de estrellarse contra los objetos.
El agente permaneció todavía unos segundos sin moverse, iluminado por el neón.
–Creo que seguiré con el paseo –dijo al fin.
El dueño del negocio le contempló alejarse, cruzando la calzada solitaria.
Capítulo 2: El encuentro
Dos cuadras más allá, el sargento tropezó con un bulto que venía de frente.
–¡McMurthy! –exclamó al reconocerle: era su compañero de promoción más chinche.
–Flanagan –replicó serenamente el otro.
Se miraron desafiantes, hasta que el duro rostro del sargento se distendió en una sonrisa.
–Tomemos un bourbon –invitó Flanagan, señalando el puntito luminoso de un tugurio que permanecía abierto toda la noche, donde había prostitución, droga y se conculcaban sistemáticamente las virtudes teologales.
–Hablemos aquí –McMurthy le sujetó del antebrazo.
–Ten cuidado con lo que vas a decirme –le avisó su compañero, frunciendo los labios, con lo que le quedó boquita de piñón.
Capítulo 3: El desenlace
Flanagan lloraba desconsoladamente sentado en la tapa de un tacho de basura. (Lo de tacho es traducción argentina.)
–Coño, Flanagan. Si sé que lo ibas a tomar así…
Aquél levantó dolido el rostro.
–Sólo porque me ves recibir semanalmente un sobre, piensas que me están untando.
-¡Quién iba a suponer que eras coleccionista de dinero, como otros coleccionan cromos, y que el altruista de Sparky te ayudaba a conseguirlo…! ¿Me perdonas?
–¡Pero que no se repita! –Flanagan saltó del tacho (ya he dicho que es voz argentina) y extendió su callosa manaza al compañero.
Desde entonces no hubo ya jamás malentendidos.
ESTÁN CAYENDO COMO MOSCAS I y II (A la estilográfica, por otro nombre Fountain pen)
ESTÁN CAYENDO COMO MOSCAS (I)
El inspector jefe O’Rourke, de Scotland Yard, entró malhumorado en su despacho a primera hora de la mañana. Despojándose de su gabán, contempló por la ventana la densa niebla que envolvía la City y mandó llamar a McGuffie, su ayudante, joven con marcado acento cockney y a quien todos auguraban un espléndido futuro en el Cuerpo, entre otras razones porque se pasaba las noches documentándose sobre el delito, no te jode.
Al presentarse, el superior señaló sin decir palabra los periódicos extendidos sobre su escritorio. Los titulares no podían ser más elocuentes: “¡Otro cuerpo (another body), encontrado flotando sobre el Támesis!”; “¿Qué hace la policía, aparte de pelársela (to toss off)?”; “¿Vuelven los crímenes del Destripador (the Ripper)?” Y un comentario sensacionalista que irritó especialmente al jefe: “Scotland Yard ya podía detener de una puta vez al asesino (murderer) que tiene aterrorizada a la población londinense, sobre todo a las mujeres (women), que se lo piensan dos veces (twice) antes de andar por ahí moviendo el pompis (behind)”.
–¡Hasta mi esposa opina que somos unos mandrias! Todas las noches debo refugiarme en el pub (se pronuncia paf) para atizarme un lingotazo (¿swig?, ¿shot?).
–Es lamentable, señor –comentó discretamente el subordinado.
–El primer ministro está que trina. ¡Y no digamos Su Graciosa Majestad, a la que maldita gracia hace que ande suelto un asesino múltiple y quien ha exigido ser informada al detalle de los avances que hagamos en la investigación! ¿Qué opina usted, McGuffie? ¡Pero siéntese, coño (cunt)!
El joven obedeció y, entrelazando sus finos y amorcillados dedos (fingers), pasó a expresar lo que había concebido. El asesino, según su idea, estaría hasta la picha de camándulas y habría decidido tomarse la justicia por su cuenta. Que no se olvidara (to forget) que los cadáveres eran en su mayor parte de cagatintas, con afición secreta hacia la literatura.
–No me dice nada nuevo, McGuffie –el inspector O’Rourke respiró ruidosamente–. Todos esos que leen con la que está cayendo se tienen merecida cualquier cosa (thing). ¿Dónde cree que descargará el justiciero su próximo golpe? –inquirió.
–Imposible de saber, señor.
–¿Se ha recibido el informe de la Academia de la Lengua (tongue)?
–Siguen insistiendo en que ellos no tienen que ver.
–Esconden la piedra y tiran la mano, ¿eh? ¿Cómo se puede ser tan cobarde?
–No son los únicos responsables, sir (señor). Críticos, políticos, directores literarios y… –consultó su libreta– tengo anotado el nombre de un académico, que es uno de los máximos liantes…
El inspector jefe O’Rourke se levantó de golpe y caminó también de golpe (?) por su despacho.
–¡No me diga más! Y a nosotros nos toca comernos el marrón (brown). ¿Sabe lo que le digo? –se inclinó hacia su ayudante, susurrándole al oído–. ¡Que me alegro del trajín del asesino múltiple! ¡Qué es eso de atemorizarlas a ellas hasta el punto de que no puedan menear el behind por donde les dé la gana, que menudo festín para la vista…! (Continuará.)
ESTÁN CAYENDO COMO MOSCAS (y II))
(Resumen de lo publicado: Asesinatos a manta en el neblinoso Londres, de cuya resolución se encargan el inspector jefe O’Rourke y su subordinado McGuffie. Les llaman de todo y están hasta la breva. La entrega precedente finalizaba con la conversación que proseguimos.)
–Pero señor –objetó McGuffie–, usted se contradice alegrándose, por un lado, de la actividad del asesino y, por el otro, apoyando el que ellas puedan mover libremente el behind (culo, que no pocas lo tienen antológico), que es justo lo que impide el killer con su terror desatado (uncontrolled).
–No hay tal contradicción –denegó el jefe, anudándose su camisa de lunares a la altura del ombligo y saliéndose por bulerías sobre la mesa del despacho–. No hago enteramente responsable de los crímenes al émulo del Destripador, sino al infumable panorama literario de la City, que constituye para aquél como el trapo rojo (red rag) al toro (bull) y que es el auténtico causante de que las women estén tan constreñidas. ¿Me explico? –terminó de taconear el superior.
–Así, asá –confirmó el prometedor muchacho, derramando amargas lágrimas. En vista de lo cual, el inspector le concedió una semana de asueto, que aprovechó el joven para dormir a pierna suelta en su habitación (room) de la pensión regentada por la anciana señora Smith, bondadosa dama que encubría un pasado tormentoso, pues entre otras cosas estuviera liada en sus años mozos con un pederasta que hacía reseñas elogiosas de novelas puta mierda.
Mientras McGuffie andaba con Morfeo (¿hay que explicar quién es Morfeo?), le robaron la libreta donde anotaba pormenores de la investigación. De vuelta de su cura de reposo, comunicó compungido el hurto al jefe.
–Ha sido la anciana señora Smith –dedujo inteligentemente el inspector, ordenando su inmediata detención–. La cual señora (mistress) probablemente trabaje para la gentuza (bad people) a la que tiene tanta rabia el asesino iconoclasta.
Traída la señora Smith a Scotland Yard, fue flagelada con toallas mojadas que un picha rebañó apresuradamente de los servicios.
–No conseguiréis que confiese –insinuó la viejales al tiempo que les ofrecía sus marchitos favores, de los que McGuffie se sirvió por no parecer mal educado–. La red es demasiado amplia (too big) para que podáis derribarla y ni siquiera arañar su superficie. En cuanto al asesino que nos ha puesto en evidencia, como no lo eliminéis vosotros, que es vuestra obligación y os pagan para ello, lo harán nuestros sicarios.
La señora Smith se fugó suculentamente (?) por la ventana.
–Allá se van tus esperanzas y las mías –dijo el jefe pidiendo la jubilación anticipada, que no le concedieron por rellenar mal el impreso.
Y ya para concluir esta historia de horror e incertidumbre, se consigna que no lograron atrapar al asesino, que éste continuó su necesaria poda, que logró el apoyo de la población menesterosa y la pudiente, que juntó un ejército de incondicionales y se alzó con el poder, reinando majestuosamente con justicia y equidad y teniendo siempre el milagroso instinto de prevenir las trampas, ya fueran de ratón (mouse) o de elefante (elephant).
The end (que como nadie ignora, significa este cuento se ha acabado).
EL ESCRITOR (Al impagable terror del folio en blanco)
El escritor es persona solitaria por naturaleza y por oficio, como los viejos tramperos de la salvaje América, que cobraban sus presas sin ayuda de la naturaleza hostil. Para rescatar la voz interior es preciso recluirse. Lo dijo Kafka: “No es necesario que salgas de casa. Quédate en tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera solamente. Ni siquiera esperes, quédate solo y en silencio. El mundo llegará a ti para hacerse desenmascarar; no puede dejar de hacerlo, se prosternará extático a tus pies.”
El escritor permanece solo incluso entre la gente. Se encuentra separado de los demás por invisible barrera. Ni él puede derribarla –tampoco quiere: ¿qué migajas le pueden ofrecer?–, ni los otros traspasarla. Picasso se lo confirmó una vez a Cela: “Sólo se puede hacer una gran obra en una gran soledad”.
¿Entendían a Balzac quienes coincidían con él en los salones? Los más veían a un obeso con pujos de aristócrata. Se ridiculizaban sus intentos de elegancia. Para no hablar del displicente juicio del incapaz de Sainte-Beuve. ¿El escritor es inferior a su obra? Más bien es la época la que no está a la altura del genio que produce. El propio Balzac denunció en sus páginas la corrupción de los medios literarios.
El escritor permanece inmune a los reveses, que encima le sirven de inspiración y estímulo. Los envidiosos y calumniadores, y la dañina caterva de los funcionarios, tan activa y operativa hoy día, no consiguen quebrarle el espinazo. Quien sólo escribe en circunstancias favorables, no es escritor.
Por semejantes razones causan risa quienes afirman imposible la creación bajo tales leyes o determinados regímenes. ¡Con un lápiz y unos folios quedan burlados todos los poderes!
Al escritor le afectan las estaciones y las anécdotas pequeñas, de las que extrae mundos completos. Experto escrutador de almas y conocedor del verdadero rango de las personas, desprecia la división social en clases. El escritor es el antagonista del burgués, entendiendo por éste al que pone su corazón en la posición y en el dinero. Ante el escritor, en general ante el artista, el burgués se sabe descubierto. Y emprende, dependiendo de casos, cerradas campañas o sutiles maniobras con objeto de abatir su presa. A Pushkin lo mató la burguesía al verse arrancada la careta.
El escritor es mezcla de testigo imparcial y de profeta, destinos de difícil desempeño, sobre todo el último. Como aprendiera Arjuna de su auriga, guerrea si es preciso con amigos y parientes.
El desentendimiento con su entorno no puede ser más radical. Únicamente se llega a un conato de reconciliación cuando aquél desaparece y su creación pasa al dominio de los doctos, que la falsifican y, sobre todo, la edulcoran para que la puedan manejar los melindrosos. Pero su virtud explosiva sigue intacta, aun cubierta de polvo en una estantería.
Como decía un importante novelista, lo peor para el escritor es escribir… a excepción de no escribir. El escritor no pacta.
PANORAMA (LITERARIO) DESDE EL PUENTE (A Arthur Miller, a su viajante y a sus brujas)
Por una vez, y sin que sirva de precedente, destripamos expresiones literarias
–reconstruidas a partir de declaraciones de testigos– que demuestran que en cada español de lo más vulgar anida un escritor.
“Se había situado en el inarmónico terreno de la circunspección y el desaliento…” Dicho así, parece algo. ¿A que sí?
“La vida se compone principalmente de sueños. ¿Y no son sueños los que persigue el escritor? El sueño es nuestra meta, el que sueña vive dos veces. En realidad, no hacemos otra cosa que soñar. Los sueños son la única verdad…” Macho: si tienes ganas de irte a dormir, échate una cabezada y no seas pelma.
“Investigo la frontera entre la realidad y la ficción…” ¿Cuántas veces hemos oído esta chorrada?
“A la mujer, hasta ahora, la han explicado los hombres. Pero ha tenido ella que ponerse a escribir masivamente para explicarse a sí misma desde sí misma: sus anhelos, sus apetencias, sus frustraciones. Es una manera de estar en el mundo. Sin pedir permiso. Estoy aquí porque quiero estar y así lo he decidido…” Lástima de metralleta, que diría el otro.
“La amaba tanto que tenía que dejarla…” Del tipo de paradojas idiotas que no significan nada en absoluto, pero quedan de cojones en un libro.
“De niño, iba con mis abuelos a la era. Me sentaban a la sombra de un paraguas roto y ellos se ponían a trabajar. Este paraguas roto para mí era mágico, me sentía protegido bajo él. En todos mis libros vengo buscando ese paraguas roto…” Esta cojudez también queda de mimo.
“Para mí, los premios no tienen importancia. Me han venido sin que yo los buscara. Esto no significa que no los agradezca. Al fin y al cabo, se trata de personas que se supone que tienen un criterio, críticos y demás, y que han encontrado en mis novelas algún tipo de valor o de enseñanza, no sé… La aportación económica es lo de menos. Te viene bien, claro, pero lo importante es llegar a más lectores…” Marchando ración doble de morro.
“He conseguido depurar mi obra. Al principio, me demoraba en el recorrido, algo así como el que pasea mirando escaparates. Ahora, entro directamente y compro…” Ya lo creo que compras. Quién te ha visto y quién te ve.
“Mis novelas contienen una fuerte dosis de compromiso. En mí, son inevitables las referencias al pasado inmediato, que procuro conectar con el presente. Estoy y estaré siempre con el pueblo. En cuanto a subvenciones y prebendas, tengo una idea muy clara: las cojo…” Para que luego digan que la sinceridad se está perdiendo.
“He procurado enfatizar lo que antes andaba diluido, y diluir lo que antes presentaba enfatizado…” ¿?
“La imaginación y la memoria…” Menuda barrila y vaya tosta.
“Ahora el compromiso no se vive acudiendo a una manifestación y sosteniendo una pancarta, sino procurando rescatar en tu obra detalles mínimos, sentimientos, que se perderían de no ser por ti…” Como coartada, se han podido ver peores…
DE CINE DE TEATRO, DE NOVELA…Y UNA FÁBULA (A la jeta de los jetas)
Es tema recurrente que, como el Guadiana, aparece y desaparece: el divorcio del cine con el público. Y como siempre, se buscan culpables o, al menos, responsables, que en España es sinónimo de culpables. Que si la falta de ayudas (?), que si el cine americano, que si la gente es beocia, que si el señor que vende palomitas…
Paralelamente, la “gente del teatro” incurre en similares jeremiadas, abundando en que el personal acude poco a verlos y que estos se lo pierden. (No faltan voces sensatas que rozan el meollo del problema, pero sin terminar de hacer diana.)
En cuanto a la novela, saben Uds. perfectamente la opinión de esta triste y patética columna. Encontrar una novela buena, escrita por un autor que no esté criando malvas, es empeño dizque imposible en este solar donde nos colocó el ángel del Señor cuando tuvimos que abandonar el Paraíso.
Tenemos multitud de películas, pero no cine. Innumerables representaciones teatrales, mas no teatro. Y montañas de novelas publicadas –ahora por la crisis, gracias a Dios, muchas menos–, sin que pueda hablarse de novela. (Excepciones no vamos a decir que no las hay, pero se cuentan con los dedos de una mano.)
Quizá no valga la pena incidir más en esto, que podría ser noticia y no lo es al haberse constituido en el pan nuestro de cada día.
En vez de ello, contaremos una fábula. (La doy apelotonada, un poco ladrillo, como su tema.)
Y es que había una vez una nación que gobernaba un dictador bajito, al que todos afeaban su conducta, y en lo que atañe a la cultura se decía que impedía surgir nada válido bajo su sombra, que era alargada al pasear bajo el crepúsculo. Pero el dictador murió, que es el destino común de los humanos, si hacemos caso a la estadística. Se descorchó cava, que entonces lo llamábamos champán, y el mundo de la cultura, y los demás, se frotó las manos mascullando “ésta es la nuestra”. Se reclamó imperiosamente la publicación de ficciones que la censura, eso se hablaba, había impedido que salieran del cajón: no hubo ninguna. El cine sí ganó: señoritas desnudas –siempre que lo exigiera el guión, aunque tampoco hacía falta– llenaron con sus jocundas expansiones las pantallas. El teatro incidió feliz en esta línea. Se soltaron tacos. Pero el talento, como si el general de pocos palmos se lo hubiera llevado con él bajo la losa. Trajinaron los cerebros, llegando a la siguiente conclusión: supliremos calidad con cantidad, que, como la gente es tonta, se lo tragará hasta que ideemos otra. Vino un gobierno y se marchó. Llegó otro y también hubo de irse. Apareció un tercero, un cuarto y ni se sabe cuántos más, pero tampoco le pudo poner el cascabel al felino, que arañaba. Y como en la canción, fueron pasando los días, fueron pasando las semanas. Años, lustros, décadas, los forrenta años, que diría Forges. El público se fue desanimando, desertó. El personal culto, los de gafas, se apiñaba entre sí como los gatos en invierno. Se propusieron muchas soluciones, pero no la solución. Había que comer. Que beber. Que viajar. Sobre todo, que beber y viajar. La vida padre. Nada podía poner en peligro las piscinas (en el fondo, comprendían a los que se pasaron a McCarthy). Fin
¿Ha gustado esta fábula? A mí tampoco.
DOS VIÑETAS INTEMPESTIVAS (A la carraca)
PRIMERA: Se cuenta –la noticia hay que tomarla con reserva– que el ciego Homero sufrió expolio de sus poemas a cargo de quien quiso atribuirse su autoría. El futuro componedor de la “Ilíada”, a la vez que entra como instructor de los hijos de un cabrero, escribe distintas obras, granjeándose la fama merecida y usurpada y, sobre todo, desenmascarando al robador, que tuvo que exiliarse. Más adelante, emprendería nuestro vate los poemas inmortales sobre los que se sustenta el arte literario occidental: la arriba citada “Ilíada”, y la “Odisea”. Voces solventes han puesto en duda que la segunda saliera de su numen. Recomendar la lectura de sendas novelas –que lo son “avant la lettre”– supone la habitual prédica en el desierto en estos tiempos bárbaros. Quede por tanto como los dicterios del profeta entre chacales y langostas
SEGUNDA: Aproximándose a la cincuentena, Raymond Chandler emprendió el duro camino para convertirse en escritor profesional. Le empujaba su “demon”, orillado durante la etapa en que fue ejecutivo del petróleo. “Nunca dormí en el parque”, confesaría años más tarde, “pero no me faltó mucho para hacerlo. Pasé cinco días sin comer, a excepción de un plato de sopa, y para colmo acababa de estar enfermo. Esto no acabó conmigo, pero tampoco aumentó mi amor por la humanidad. La mejor manera de saber si se tienen amigos es arruinarse. Los que resisten más tiempo son tus amigos”. Ante semejantes testimonios, que abundan en el oficio, no deja de ser involuntariamente humorístico el magisterio profesoral, y la fruición y el desparpajo con que explican la “intención” de tal autor al escribir tal obra, señalando de paso el adjetivo “inapropiado”…
OTRAS DOS VIÑETAS INTEMPESTIVAS (Al murmullo de las musas)
TERCERA: Cervantes, en el prólogo a su incomprendido “Persiles”. Viniendo de Esquivias, un estudiante le da alcance. Al reconocerle, exclama: “¡… éste es el manco sano, el famoso todo, el escritor alegre, y, finalmente, el regocijo de las musas!” Curado de vanidades, templa el escritor la exaltación del otro. Más adelante, agrega: “¡Adiós, gracias; adiós donaires; adiós regocijados amigos; que yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida!” Es el texto que debe tener en su escritorio el cortejador de musas. Y un añadido: peor que los llamados que no acuden, son los que se presentan sin haber sido llamados. La señal, en la frente, donde nace arbolada cornamenta.
CUARTA: Un milagro, la obra y la vida de F. K., el escritor que más ha influenciado el siglo XX. Autor de cuentos, parábolas extrañas y algunas novelas, todo corrió peligro de perderse a su temprana muerte. La literatura, como dijo un personaje, no es más que hojas al viento, pavesas que saltan de la sacrificial hoguera para mezclarse con la tierra. F. K. Atisbos, frustraciones, experiencias… fueron a abonar el árbol que ha venido creciendo desde entonces. Condena de la frivolidad, bofetada en el rostro carirredondo de impostores. Hubo de morir un inocente para que no pereciera el pueblo entero. Pero las cosas no se entienden, debiendo repetirse en cada generación. F. K. murió tuberculoso, dejando algunas obras inconclusas. Como dijo otro colega (Proust), la obra del escritor es la catedral que otros terminan.